30 junio 2011 - 15:39 - Autor: José Antonio Ritoré
Carlinhos en marzo, en
Salvador de Bahía. Foto: Carlinhos Brown
Durante un par de años
(2004-2005) el cantante Antonio Carlos Santos de Freitas, más conocido como Carlinhos Brown, fue uno más de la familia:
“tetete,tetete,tete…” sonaba a todas en la radio, en la televisión y hasta en
la calle, celebrando “Carnavales” para Movistar o desfilando por aquel
rutilante Forum de las Culturas.
Brown, 1962, nacido en
la favela de Candeal, en Salvador de Bahía, comenzó a ser conocido
internacionalmente a principios de los 90 con Timbalada el grupo de percusionistas que él mismo fundó, aumentó su popularidad con Tribalistas y, finalmente, se convirtió en
superestrella con Maria Caipirinha.
Además, gracias a
Fernando Trueba fuimos testigos del “Milagro de
Candeal”, comprobamos cómo Carlinhos había convertido la favela, “su favela”, en un
barrio en el que la música sonaba más fuerte que la violencia y en el que los
niños tenían una oportunidad de escapar de las miseria gracias a Pracatum,
la asociación/escuela de música fundada por el artista brasileño y por la que
pasan cada año cientos de jóvenes.
El proyecto social de
Carlinhos nació a mediados de los 90. Cuando empezó a destacar como
compositor y músico, la muerte de varios amigos en redadas policiales le
convenció de que, gracias a la música, él podía seguir contándolo, así que
decidió ayudar a sus vecinos, a los niños, a los habitantes de Candeal, compartiendo
su pasión por la música, por el ritmo, por la percusión.
Ahora, sabemos que el
proyecto social creado por el artista sigue muy vivo y que Pracatum, la escuela de música que fundó, la única de música popular de Brasil,
forma, cada año, a más de 1.000 jóvenes.
Carlinhos Brown, su
música y su herencia social están muy vivos, dejemos que vuelva a colarse en
nuestras vidas.
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